ÉTICA
Y TRABAJO SOCIAL
Sabemos que la ética es una
temática de gran relevancia y actualidad para una profesión/disciplina como el
Trabajo Social.
Fernando
Savater en su ya libro clásico Ética para Amador, define la ética como
el arte de vivir. “En el arte de vivir, el hombre es al mismo
tiempo el artista y el objeto de su arte, es el escultor y el mármol, el médico
y el paciente”. Vélez
y Galeano entienden la ética “como el saber que reflexiona sobre las acciones e
interacciones reguladoras de los comportamientos sociales y del ejercicio de la
voluntad individual, permite la comprensión de valores diferentes a los
legalmente establecidos y constituye un referente a través del cual se
establece un reordenamiento de las relaciones sociales”. Para Rosa María
Cifuentes “los principios éticos y valores direccionan la intervención, se
relacionan con las intencionalidades. Los primeros son pautas particulares por
las que l@s profesionales rigen la intervención, se relacionan con las
intencionalidades. Los valores son “supuestos generales constitutivos; tienen trasfondo ético, filosófico y
político”.
Partiendo
del concepto weberiano de ética de la responsabilidad, se asume la ética como
práctica, como modo de vida (Galeano, 2004). Una actitud ética también nos
permite comprender la diversidad de valores, las relaciones sociales de los
actores; en un campo ínter subjetivo, de relación con el otro. El asumir esta
responsabilidad –añade Galeano- implica para el investigador plantearse por lo
menos dos preguntas: ¿a quién responde?, ¿cómo responde? “Responsable es el que
responde”. La ética invita a una relación ética con los sujetos sociales con
los que interactúa.
Expresa Cifuentes: que “en la comprensión de la
intervención es indispensable tener en cuenta las dimensiones ético-políticas y
ético técnicas y su incidencia en la formación académica. Cualquier lectura de conceptos para
comprender la intervención implica asumir su interacción; mantener perspectivas
criticas, propositivas y constructivas comprometidas con el desarrollo social.
Requerimos hacer lecturas complejas, transversales, interdisciplinarias,
contextuales, atendiendo la particular lógica de lo social”. Señala:
La cuestión ética
hace referencia a la elección de propósitos mediante los cuales operamos. El Trabajo Social desde sus orígenes se ha
preocupado por establecer normas éticas con el fin de regular y orientar la
conducta”. La ética según Maturana
adquiere presencia en la preocupación por las consecuencias de nuestras
acciones en la vida de otros seres que aceptamos en coexistencia con nosotros.
Cecilia
Aguayo plantea una interesante reflexión desde el debate ético-político. Expone
que los profesionales prácticos son mediadores entre el debate epistemológico-metodológico y
el ético-político, “al trabajar con personas, grupos e instituciones donde se
cruzan permanentemente intereses, valores y opciones”.
El trabajo social busca conocer la realidad social, para
construir proyectos de transformación que pretenden mayor justicia social,
igualdad de oportunidades, en definitiva un mayor bienestar humano; es justamente
en estos proyectos donde la profesión nos interpela, es decir, nos pone frente
a preguntas tales como: ¿qué criterios usamos para tomar ciertas decisiones?,
¿con quiénes las tomamos?, ¿con qué recursos, ¿en qué contexto institucional?,
¿en relación a qué poder de legitimidad?; en definitiva, también, ¿a qué
proyecto de sociedad?. Todas estas preguntas ponen en el centro del debate
profesional nuestra labor en tanto co-gestores del poder (Aguayo).
Esto
es, analizar la profesión desde la variable del poder, implica reconocer los
valores a los cuales adhiere, “los cuales están en un intercambio incesante
entre el medio institucional en que trabajamos y el contexto socio-político en
que estas mismas se inscriben”. En definitiva, para Aguayo el análisis político
y ético de las profesiones refieren a un análisis del poder, tanto ejercido
como profesión o bien el status, el rol, que ocupa en una sociedad determinada.
Señala Roca que no basta reinventar la
finalidad sino también recrear las motivaciones, sobre todo para mantenerse en
el empeño, “a pesar de la geocultura de la desesperanza y de la ideología
de lo inevitable”. “El trabajador
social está sometido a una intensa presión anti-utópica”. Sin imaginación
utópica no existe trabajo social; existe eso que hoy se denomina en algunos
medios como “ingeniería social”. El compromiso con las alternativas sociales
han de estar presentes en el trabajo social.
Se considera “la vulnerabilidad humana
como eje estructurante de la ética, lo que supone la responsabilidad de asumir
el impacto que las acciones investigativas desatan y los efectos de las
decisiones que puedan poner en riesgo a personas, instituciones o proyectos”.
Adela Cortina (2006) nos habla de una ética
comunicativa y una ética del
reconocimiento compasivo. La primera reconoce al otro como interlocutor
válido, con el que le une un vínculo comunicativo. “El reconocimiento recíproco
es el núcleo de la vida social”, todos deben ser reconocidos como personas,
asumiendo un principio de co-responsabilidad. La segunda se refiere al lado
experiencial del reconocimiento recíproco, una compasión que significa
“compadecer el sufrimiento y el gozo”, de compartir la vida, del respeto a la
dignidad. “Por eso el hambre, la miseria, la escasez material, política y
cultural, son radicalmente inmorales e incoherentes con una cultura que se
autocomprende como defensora de los derechos humanos. Por eso es intolerable la
exclusión”. Así, termina Cortina, “el reconocimiento
compasivo es entonces la fuente de exigencias de justicia y obligaciones de
gratuidad, sin las que una vida no es digna de ser vivida”.
Ligado a la ética también es
importante la pregunta por los principios y valores de estas mismas (respeto a
las personas, la dignidad humana, la diversidad cultural, al desarrollo
sustentable, al respeto a los derechos humanos, incentivar mayor tolerancia,
etc). Todos estos valores pueden y requieren ser incorporados en procesos de intervención.
Conocemos que la ética más que un
discurso es una práctica. Los indígenas nos aconsejan que no leamos a las
personas en sus discursos, sino en sus prácticas. “La mejor forma de decir es
hacer”.
Además, de los autores citados, en mi
biblioteca física encontré estos dos textos, que quiero compartir:
KISNERMAN,
Natalio (compilador) (2001). Ética, ¿un
discurso o una práctica social? Buenos Aires, Paidós.
BERMEJO, Francisco (coordinador) (1996). Ética y Trabajo social. Madrid,
Universidad Pontificia Comillas.
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