lunes, 12 de diciembre de 2011

ALVARO CAMACHO GUIZADO

FOTOGRAFÍA: El Espectador

ALVARO CAMACHO GUIZADO (q.e.p.d)
HOMENAJE A UN MAESTRO

Hoy, acabo de recibir el siguiente correo:
“Cali, diciembre 12 de 2011
MURIO ALVARO CAMACHO GUIZADO
 El Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle lamenta el fallecimiento del profesor Álvaro Camacho ocurrido en Bogotá en el día de ayer, 11 de diciembre. El profesor Camacho estuvo con nosotros durante cerca de 20 años y fue uno de los principales artífices de la construcción de los programas de pregrado y maestría en sociología y del Cidse. Durante su paso por la Universidad contribuyó a la creación de un ambiente académico de discusión y de investigación, que dejó una huella profunda entre nosotros y que siempre hemos hecho el esfuerzo por conservar. Además de sus calidades académicas queremos resaltar ante la comunidad universitaria los valores que nuestro compañero de trabajo siempre representó para nosotros: una actitud de independencia crítica frente a todo tipo de poder y un reconocimiento de la importancia de la actividad académica como elemento fundamental en la construcción de nuestro país, a cuyo estudio consagró su vida. Varias generaciones de sociólogos y economistas estuvieron marcadas por su influencia y lo recuerdan como el gran maestro que con su saber, su dinamismo, su buen humor y su fina ironía abría las puertas a un mundo fascinante del conocimiento. Nuestras condolencias van pues para su familia, sus amigos y sus discípulos de la Universidad, entre los que nos contamos todos”.

Tuve la suerte, la oportunidad, de hacer parte de ese grupo de estudiantes que “inauguramos” (léase primera promoción) la carrera de Sociología de la Universidad del Valle, en enero de 1979.

Y tuvimos el gran privilegio de contar entre nuestros profesores a Alvaro Camacho, y debo señalar que también hice parte de esa generación de sociólogos “marcados por su influencia”, y siempre lo recordaré como un GRAN MAESTRO. Y lo recordaré como ese gran intelectual y esa gran persona que era. Sí, como olvidar “su dinamismo, su buen humor y su fina ironía que abría las puertas a un mundo fascinante del conocimiento”. Y su generosidad con el conocimiento, y su complicidad (Alvaro dirigió mi tesis de pregrado, y aprobó una beca para que siguiera mis estudios de postgrado en sociología en esta Universidad).

Luego de su jubilación en Univalle, creo que por el año 1992, lo vi pocas veces. Siempre me le acerqué con respeto, aprecio y agradecimiento. O, cuando me encontraba con su esposa Nora, también exprofesora y jubilada del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle, aprovechaba la oportunidad para preguntarle por Alvaro, con los saludos respectivos.

Puede sonar a lugar común, pero Alvaro nunca morirá; ahí está su gran legado en libros, artículos, columnas, investigaciones, etc. Y siempre lo recordaremos con cariño.

Aún conservo libros de su autoría publicados en 1977, 1988, 1990 (en coautoría con Alvaro Guzmán, otro maestro) y un significativo libro que coordinó en el 2008:






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Ayer, 15 de diciembre de 2011, me llamó desde Bogotá Carlos Alberto Collazos, compañero de esa primera promoción de estudiantes de Sociología, y un amigo y cómplice de esos “años maravillosos” en Univalle. Dijo que estaba mirando esta entrada del blog, en la cual se enteró de la muerte de Alvaro Camacho. También sentía la muerte de este “admirado y querido profesor”. Me expresó que conservaba un libro de Alvaro publicado por Univalle en 1981, que no aparece en el listado anterior. Le dije que escaniara y me mandara la portada del texto, para incluirla en este “sencillo pero sentido homenaje”. Con entusiasmo (y afecto por nuestro maestro) cumplió su promesa. Veamos:



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Otro compañero de estudio de esa primera promoción de estudiantes de Sociología de Univalle, me envía este mensaje:

Hola Arizaldo
Vi que estabas en tu web publicando notas sobre el Dr Camacho.
Considera si estaría bien incluir esta.

Carlos Alberto Patiño

Se fue El viejo
IN
  MEMORIAM
“Fue no mas ayer que como estudiantes agradecíamos y gozábamos su cercanía promoviendo desprevenidamente diálogos en cualquier esquina, escalas, cubículos  o parqueadero de nuestra coloquial facultad, utilizando en tono serio, una sátira fina  que terminaba en un apunte lleno de humor al estilo de  la rancia picaresca bogotana.  Desde su incorporación a la Universidad y después al terminar sus estudios de doctorado sobre el desarrollo del capital monopólico en Colombia, se distinguió como un buen conversador, polemista, que con su tono sarcástico comentaba a manera de anecdotario, innumerables apuntes sobre la realidad social del País.

Era su manera de ser,  un docente coloquial y afectuoso, lo que llevaba a sus clases en los lejanos auditorios de la universidad,  a sus  múltiples estudiantes de más de un curso. A pesar de la  difícil hora de las dos de la tarde en tierra caliente, llevaba su tinto en la mano, mientras por las calles de la Universidad todavía circulaban los buses Papagayo,  que le producían su muy popular  “Parafarnalia” producto de observar esa  multitud de colores mesclada con el calor  reverberando desde  el asfalto.

El Profe Camacho empezó dictando introducción a las ciencias sociales para el departamento de Economía  antes del 79,  donde crea con el aporte de otros colegas la inicial Facultad de Sociología,  que trataba de recoger  experiencias de las Facultades  Universidad Nacional, de Antioquia y Javeriana y poco tenia de temas específicos de la región, como  si fueron luego desarrollados en los estudios sobre la ruralidad y desarrollo agrícola Vallecaucano, el modelo cívico ciudadano y deportivo para la población de Cali, las elites regionales de poder, los fenómenos de la violencia Urbana al integrarse al grupo de violentólogos a nivel nacional,  además los  estudios sobre población afro descendiente y etnicidad. 
   
El Dr. Camacho como todo pionero conocía  de todos los desarrollos de la Facultad, su presencia, influencia y sustentados conceptos se sentían sin llegar a ser  coactivas hasta el punto de cómo lo expresaba un mural ser el poder real más no el formal.  Poco a poco La facultad alcanza presencia nacional al realizar el cuarto congreso de sociología en los ochenta y en los noventa con los conocidos coloquios nacionales.

El viejo, como cariñosamente le decíamos, lo despedimos en los noventa. La Universidad del Valle lo jubila e inmediatamente lo acoge su claustro inicial La Universidad Nacional en el Instituto de Relaciones Internacionales donde llegó a ser su director.

Cuando salió, entró a la Universidad de los Andes, a dirigir el Centro de Estudios Socioculturales (Ceso) de la Facultad de Ciencias Sociales de 2001 a 2011. Allí no abandono  la docencia en donde es recordado por sus invaluables aportes especialmente en el  seminario sobre el tema que más lo apasionaba: la sociología del narcotráfico.  Donde interrelacionaba conceptos básicos, teoría crítica y  puntos de vista sobre los principales hechos dolorosos del advenimiento y dominio de la cultura del narcotráfico en nuestro país.  Su trabajo póstumo descansa sobre una tesis importante como estudioso del fenómeno de la violencia en su vida académica y es que el narcotráfico o la producción, distribución y control de las drogas,  puede haber ocasionado más  muertes que todos los procesos de violencia social que han ocurrido en el País en los últimos 50 años.

En consonancia con lo anterior, conformaba el  Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, muy afin a un concepto que siempre utilizó en su vida académica “pues quien no tiene memoria histórica,  puede estar condenado a repetirla”.

Se nos va un fiel representante de esa segunda generación de sociólogos a nivel nacional encabezada por su maestro Fals y Camilo; quien también lo introdujo en el tema entrañable del ambiente de pareja y familiar del que siempre se consideró un adicto, como lo fue hasta lo último de sus colegas,  de las tertulias, del café y el suave y fino olor de los cigarros.

Las generaciones de afines proponemos este 11 de diciembre como fecha del sociólogo Vallecaucano en honor a este investigador y pionero del desarrollo de nuestra disciplina a nivel regional”.

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Polémica

opinion | columna |  ALVARO GUZMÁN BARNEY
El País, Cali, Diciembre 13 de 2011
Amigo entrañable
Falleció Álvaro Camacho Guizado, sociólogo y amigo. Lo conocí recién llegado yo a la Universidad del Valle en 1975. Él y Nora, su esposa también socióloga, habían llegado de Bogotá un par de años antes, cuando la Universidad acababa de pasar por un período de crisis. Álvaro Camacho me entusiasmó desde el primer momento, y ese entusiasmo se encargó de renovarlo periódicamente hasta ahora, para que hiciéramos nuestro oficio de sociólogos en una universidad de provincia que brindaba todas las posibilidades para hacerlo de la mejor manera. Desde entonces fuimos colegas en varias aventuras intelectuales, entremezcladas con una relación personal muy intensa entre nuestras familias.
Camacho se formó en la primera etapa de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia con profesores como Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo. Posteriormente, hizo su doctorado en Sociología en la Universidad de Wisconsin, en Madison, en donde profundizó, sin ambigüedades, lo que sería su impronta intelectual: la del pensamiento crítico, comprometido con el análisis de procesos claves de la sociedad colombiana, siempre vinculando el conocimiento con la búsqueda de una sociedad más incluyente y democrática.
En la Universidad del Valle se preocupó por consolidar un grupo de profesores, en el Departamento de Ciencias Sociales, que impartiera docencia de calidad, que incursionara en investigación sobre la realidad regional, que mantuviera una “ética de responsabilidad” con el trabajo académico y con la función que nos correspondía, como intelectuales en nuestro entorno. Cuando lo consideró oportuno, nos embarcó en un Plan de Estudios en Sociología que, con su empuje y liderazgo, se convirtió en un Programa con los mayores reconocimientos por parte de las autoridades académicas nacionales. Posteriormente, antes de jubilarse en Univalle, nos comprometió, con el mismo empeño, en un Programa de Maestría en Sociología que ha tenido un gran impacto regional.
Fue pionero en los estudios sobre la concentración del capital en Colombia y sus efectos en la política y en la sociedad colombiana. También en los estudios sobre el narcotráfico, contrastando el estigma y la desafección que recae sobre los consumidores, mientras prosperan las mafias del tráfico de drogas, se incrustan en el poder y son asimiladas y reproducidas por el orden social. Con Camacho hicimos los primeros trabajos sobre violencia urbana con el caso de Cali. Regresó a Bogotá, dejando lazos muy fuertes de aprecio en esta comarca. Añoraba los verdes típicos de la sabana cundiboyacense, el medio intelectual universitario bogotano y su cercanía con su equipo favorito: Millos. En Bogotá siguió, hasta último momento, con las clases, las investigaciones, los encuentros con colegas y estudiantes. Siempre con iniciativas, primero en el Iepri de la Universidad Nacional y después en el Ceso de la Universidad de los Andes.
En el plano personal, Álvaro, Nora, Juana y Miguel, hoy con sus consortes e hijos, han sido como nuestra segunda familia, para mí, Cristina, Alejandro y Adriana. Gozamos mucho en innumerables viajes por Colombia y Ecuador. Tenía un especial cariño por Cartagena, la tierra natal de su madre. Le encantaba la buena mesa, siendo la comida todo un ceremonial, que le permitía echar cuentos, poner y recordar apodos. Fuimos los mejores vecinos en ‘La Loma de Mónaco’, en Cali. Solidario como ninguno en los momentos de dificultad. Lo recordaremos por su calidad humana, por su obra, por las experiencias vividas con él y su familia, que nos queda.
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EL ESPECTADOR, BOGOTÁ, DICIEMBRE 12 DE 2011
Álvaro Camacho Guizado, adiós a un intelectual
Por: Nicolás Rodríguez
En la funeraria Gaviria, en Bogotá, es velado este reconocido sociólogo y columnista de El Espectador.
No todos los días muere un intelectual como Álvaro Camacho Guizado. Porque aborrecía a los lagartos, sí, y eso es muy importante, pero también porque difícilmente se repetirán los tiempos en los que le tocó vivir.

No obstante su incredulidad en materia religiosa, a Camacho lo casó con el amor de su vida, Nora Segura Escobar, el cura Camilo Torres. Después de un breve paso por el derecho, fue en la sociología de la Universidad Nacional, que estrenaba departamento por esos años, en donde arrancó su carrera. El tema ya era, en ese entonces, la violencia (solo que se hablaba de la violencia con v mayúscula), y por ello viajó a las regiones involucradas, participó en las primeras recopilaciones de testimonios sobre la dura época y se codeó con los padres de las ciencias sociales nacionales.

No sería errado decir que hizo parte de los pocos que por primera vez se mostraron interesados en la figura de la víctima. Le tocó vivir la radicalización de esos años tumultuosos y aunque siempre fue amigo del cambio, también desarrolló una mirada crítica frente a la lucha armada.

Se hizo a una beca (aunque en realidad deberíamos decir “se hicieron”, ya  que Nora también profundizó en la sociología) y en Estados Unidos sacó adelante su doctorado. Allá en donde conoció otras formas de militancia, pues la época prácticamente se reducía a eso: cuestionar, debatir, tumbar, arrasar, esos eran los deportes de los años sesenta.
Y Camacho tomó nota.
Después vinieron la investigación, la docencia, la escritura. La obsesión con el narcotráfico. La postura crítica frente al prohibicionismo. La consideración con los de abajo. Trabajó hasta el final en lo suyo y contó muchas historias, cientos de miles, que sus alumnos siempre recordaremos, pues tenía un talento especial para narrar acontecimientos de la vida política nacional.

Tal vez no sea esta la ocasión para abrir un debate que permita poner a circular algunas de las ideas que desarrolló en libros, revistas, ponencias, artículos, foros y columnas
(su última columna para El Espectador, combativa como siempre, la dedicó al tema del uso político que se le quiere dar a las masacres cuando se las revisa, o de plano se las niega); pero que sea este el momento, por lo menos, para advertir que este lector voraz de Saramago, este sociólogo comprometido hasta la médula con la ética al que le gustaba citar, como consigna para el analista social, que es preciso vivir los problemas personales como públicos y los públicos como privados, nos deja un cúmulo de experiencias y enseñanzas que es preciso retomar. Se fue un grande pero ahí quedan sus textos, también sus alumnos.
Estudioso de la violencia


Álvaro Camacho tuvo un profundo impacto en nuestro conocimiento sobre la violencia urbana
(gracias a trabajos desarrollados con Álvaro Guzmán) y la evolución e impactos del narcotráfico en Colombia, destacó Angelika Rettberg Beil, directora del Departamento de Ciencia Política de la universidad de los Andes.

Para Rettberg, “su curso ‘Sociología del narcotráfico’” constituyó una oportunidad invaluable para sus estudiantes de familiarizarse con un fenómeno que, a pesar de su presencia de larga data, es aún insuficientemente comprendido en cuanto a sus manifestaciones y magnitudes.
Trayectoria académica

Una huella indeleble fue la que dejó este sociólogo entre sus estudiantes, que lo consideraban un maestro, admiraban su elocuencia, su sentido del humor socarrón y su pasión por los temas que trabajaba.

En su larga trayectoria académica estuvo vinculado a la Universidad del Valle, al Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia como profesor-investigador y director, al Centro de Estudios Socioculturales (CESO) de la Facultad de Ciencias Sociales (cargo que ocupó los últimos diez años) y al Grupo de Memoria Histórica como relator del caso de Trujillo (Valle).

Álvaro Camacho Guizado dejó la dirección del CESO a mediados de este año y estaba dedicado a la docencia en la universidad de los Andes.


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EL ESPECTADOR, BOGOTÁ, DICIEMBRE 18 DE 2011

Álvaro Camacho G.
Por: Alfredo Molano Bravo
Soy nacido en una vereda y en un páramo del municipio de La Calera.
Estudié unos pocos años en el Liceo de Cervantes porque mi abuelo de sangre era amigo del fundador, doctor Casas Manrique. Pero cuando entramos, mis primos y mi hermano ya estaban en manos de los curas agustinos españoles, acérrimos franquistas y amigos de “la letra con sangre dentra”. De mi casa pasaban a recogernos a la salida del colegio a las cuatro y media de la tarde para llevarnos a la finca. A veces teníamos que esperar hasta el anochecer y por eso íbamos al campo de fútbol a entretenernos mientras tanto. El portero del colegio, Eudoro, un viejo neurasténico, nos buscaba cuando llegaban por nosotros.
Tenía que caminar un par de cuadras. Era un gran sobandero y los de bachillerato lo estimaban porque les arreglaba los dedos que los balones de básquet tronchaban. Una tarde nos avisó que habían llegado a recogernos; no le hicimos caso. Furioso, me pegó un coscorrón. Salí llorando de la rabia a contarle a mi papá. Se bajó del carro, encuelló a Eudoro y le dio un par de trompadas. ¡Terrible escena! Al día siguiente, cuando fueron a dejarnos, estaban los grandes de bachillerato esperándonos para “salar” a mi papá. Se salvó por un pelo. Para evitar otro susto, nos dejaban a media cuadra del colegio y ahí nos recogían. Camacho ya se llamaba el abuelo; y abuelos sus hermanos: Eduardo y Ricardo. Vivían cerca al colegio. Álvaro estaba en segundo de bachillerato, yo en tercero elemental. Desde el día de la pelea, Álvaro nos acompañaba hasta que llegaban a buscarnos, siendo, como era, amigo de los grandes. Asumió el papel de protector y acompañante y algunas veces nos regalaba maní tostado que compraba a la Vegeta, una mujer que vivía de vender chicles y dulces en la puerta del colegio. Un año después, para mi fortuna, los curas me expulsaron del colegio.
Se me perdió el abuelo Camacho por un tiempo. Volví a encontrarlo en la Facultad de sociología. Camacho había perdido dos años de su vida en el Rosario estudiando derecho, así que en la Nacional, él cursaba tercer año y yo primero. También asumió el papel de protector de mis desafíos y desafueros de primíparo y me abrió campo con los grandes de la facultad y consentidos de Camilo Torres –también cervantino– y de Orlando Fals Borda, Rodrigo Parra, Carlos Castillo, Magdalena León, Nohora Segura, Pacho Correa, Humberto Rojas, Stella Vecino, Cecilia Muñoz, María Arango, Gloria Triana. A los menores –Hernando Ochoa, José María Rojas, Marta Arenas, Bernardo Echeverry, Francisco Leal, Armando Borrero– el abuelo nos llamaba las moscas, porque donde nos parábamos dejábamos marca. Tenía un humor corrosivo y bogotano –a pesar de ser propio de Tunja– con el que se divertía. Camacho era como toda esa corriente, irreverente y estudioso. Aprendió inglés primero que todos y un día se casó con Nohora Segura para no separarse nunca de quien desde entonces llamábamos la abuela. De ahí salieron Juanita y Miguel. A diferencia de los estudiantes de medicina, derecho e ingeniería, nosotros los de sociología no usábamos corbata y elegíamos reinas lindas en la semana universitaria. Camacho fue uno de los estudiantes que contribuyeron a trabajar los materiales testimoniales que compondrían el célebre libro La Violencia en Colombia, que hizo sacar los tanques de guerra del Ejército a la calle cuando se publicó, por miedo a una asonada contra el gobierno de Guillermo León Valencia. De sociología salieron los abuelos Álvaro y Nohora para la Universidad de Wisconsin a sacar el doctorado. Vivieron el gran movimiento estudiantil gringo del 68 y participaron en las marchas a Washington contra la guerra de Vietnam. De allá llegó el abuelo con el cartón y las sandalias con las que aprendió a bailar salsa en Cali siendo profesor de sociología. Fue quizás uno de los primeros intelectuales que cayeron en la cuenta del fenómeno del narcotráfico y que pelearon por la despenalización. Una pega que, como la del fútbol, nunca abandonó. Ya viejo se echaba partidos en la Nacional –a donde regresó vía IEPRI– de 90 minutos. Jugaba, como siempre, a la izquierda. Un día le pedí una recomendación para ser admitido en una escuela de sociología de Francia. Me envió una copia: “El señor Molano –le escribió a Alain Touraine– es honrado y posee una inteligencia aceptable”. Me enfurecí. Lo llamé. Me dijo: “Pero ¿acaso no es verdad?”. A los días me llegó la verdadera recomendación. Quise mucho al abuelo. Lo lloro. Siento su muerte como un feroz guadañazo.

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RAZÓN PÚBLICA, BOGOTÁ, DICIEMBRE 19 DE 2011

María Victoria Duque López
Álvaro Camacho Guizado: Antídoto contra el olvido

En memoria de una gran figura del pensamiento social colombiano. Retrato de un pionero, de un maestro de la ironía y de un cachaco integral [1].  

Mal momento para irse
Álvaro Camacho Guizado se fue de forma silenciosa cuando más necesitábamos de su voz. En medio del debate sobre la memoria histórica del conflicto y de la discusión global planteada por el presidente Santos acerca de la forma de cortar la fuente principal de sus recursos: el narcotráfico.
Más allá pues del dolor personal, su ausencia es más profunda por esa voz calificada que Colombia pierde con su muerte repentina.

Pionero en la exploración del conflicto
Sociólogo de la Universidad Nacional, magíster y Ph. D. de la Universidad de Wisconsin (EU), orientó sus actividades de investigación en torno a los grandes temas colombianos: la violencia – rural y urbana –, el conflicto armado, la inseguridad ciudadana y el narcotráfico.
Fue docente durante casi toda su vida profesional: primero en la Universidad del Valle, luego profesor e investigador del prestigioso Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional. Hizo parte del equipo de pioneros — más tarde conocido como los violentólogos, cuyo nombre oficial fue “Comisión de Estudios sobre la Violencia” — que en 1987 presentó el informe hoy clásico a la administración Barco, “Colombia: violencia y democracia”. Durante diez años dirigió el Centro de Estudios Socioculturales (CESO) de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, donde últimamente seguía ejerciendo su tarea docente como profesor titular. Hizo parte del Grupo de Memoria Histórica y ejercía una clara influencia sobre la opinión mediante su columna en El Espectador.
Algunas de sus obras más representativas son: Capital extranjero: subdesarrollo colombiano (1972); Droga, corrupción y poder: marihuana y cocaína en la sociedad colombiana (1981); Colombia: ciudad y violencia (1990); A la sombra de la guerra: ilegalidad y nuevos órdenes regionales en Colombia (2009).

Rigor y conciencia
Era un auténtico intelectual, pero sui géneris, pues prefirió evitar ese mundo subrepticio por donde algunos circulan para ejercer poder o influencia. El único “cargo” que le interesaba era cuidar su independencia crítica y la posibilidad de llamar las cosas por su nombre: por ejemplo, fue uno de los primeros en acuñar la palabra “víctimas” para reconocerlas y sacarlas del olvido.
El concepto mismo de “víctimas del conflicto” surgió de él y le sirvió de estandarte durante esos años oscuros cuando la palabra “víctima” se fue colando al discurso nacional entre la estigmatización y la negación. Reconoció con insistencia a “una población victimizada que carece no sólo de reparación, sino de protección por parte del Estado”, tal y como lo expresó en su última columna.
Se destacan sus trabajos que profundizan el saber sobre la violencia urbana y sobre la evolución y el impacto del narcotráfico. Todos reconocemos su ahínco en crear la base de datos de las víctimas del narcotráfico durante los últimos 50 años, una labor exigente y rigurosa, como fue riguroso en todas sus actividades intelectuales y personales.
Su periplo vital tuvo como guía la razón y la búsqueda de argumentos, el análisis de la realidad desde el rigor de la ciencia social. Logró una lectura precisa y acertada del país, que le permitió grandes aportes al debate sobre los temas de interés público, desde una perspectiva crítica vinculada con una democracia incluyente.
Sostuvo que la ilegalidad y el clientelismo eran productos gemelos de la informalidad del sistema colombiano, en donde por ejemplo el narcotráfico hallaba un nicho idóneo para penetrar grandes sectores y alimentar la maquinaria clientelista.

Maestro de la ironía
La actitud crítica y la apertura al debate fueron parte integral de su carácter. Utilizando como acicate un tono sarcástico, acertaba en su análisis sobre la sociedad colombiana, un país sitiado por la guerra. De esa ironía fina nacieron profundos aportes a la crítica académica y al pensamiento nacional,
Como lo dice su colega y amigo de muchos años, Francisco Leal: “Su talante huraño lo compensaba con su humor sarcástico y oportuno en los momentos precisos y esa personalidad no era ajena en ninguno de sus espacios: tanto en el aula de clase, en presentaciones formales, como en conversaciones con los amigos y hasta en su propia casa”. Ironizaba sin siquiera sonreír, rasgo fascinante de su compleja personalidad, que desmontaba hasta a sus más finos contradictores. No soportaba los convencionalismos sociales.
De joven, cuentan sus amigos, establecía una diferencia entre ser de Tunja y ser de Boyacá. Tal vez por ello, mucha gente suponía que era bogotano: tenía efectivamente una personalidad marcadamente cachaca, que llevó puesta hasta el final.

Aprender de Camacho
Tuve el privilegio de trabajar con él por allá en 2002, en el proceso de elaboración del Informe del PNUD El Conflicto, Callejón con Salida. Apostamos por no pensar un texto desde Bogotá, sino por un proceso participativo desde lo local, con las comunidades de base, con las organizaciones sociales y académicas y con las propias autoridades.
Fue Álvaro uno de quienes ofreció su invaluable apoyo en transmitirnos la perspectiva que debería estar en los fundamentos y en la filosofía del trabajo de campo. Fue así como tuve la oportunidad de aprender sobre ese don de saber escuchar y sólo desde allí, desde el otro, valorar la experiencia curtida de la gente de carne y hueso cuando se habla, por ejemplo, del conflicto armado, de las víctimas o de la reconciliación.
Tengo ahora ante mis ojos al hombre. Desde que era estudiante le decían “El Abuelo”, tal vez porque era un joven viejo, por la lucidez que se alojó en él como su propia piel o por su carácter huraño y fuerte, que le otorgaba cierto aire circunspecto y que inspiraba respeto, como el que se le ofrece sólo a los que han entrado por la puerta de los años y que lo han hecho con el análisis sosegado que merece la realidad social y política que lo rodeó.
Tengo también ante mis ojos el fino retrato de un investigador de campo, de un hombre que prefería apartarse de la oficina y salir a untar sus poros con el aire de quienes viven en esa otra Colombia. Sus anécdotas serán recordadas como esas ciertas sutilezas que tenía y usaba para explicar la profundidad de sus argumentos.
Lo reconozco como ese intelectual íntegro, capaz de abstraerse por momentos de teorías, tesis e hipótesis, para reconstruir los argumentos desde el conocimiento directo del ser humano.
Era un pensador desde lo concreto, un amante del rigor y del dominio substancial de los temas, por ello desestimó varias oportunidades laborales, todas aquellas que lo alejaran de la realidad y apostó por otras, donde perseveró hasta el final.

Lección vital
Cuando me enteré de su muerte, un amigo me dijo: “Álvaro sabía mejorar el café recalentado, metiéndole un tizón a la olleta”.
Se casó con Nora Segura Escobar. Coherente siempre con su forma de pensar y de actuar, el único cura de quien le aceptaría la “bendición” de un rito como el matrimonio fue de Camilo Torres.
Hombre reticente, de gestos firmes y mirada estricta, también era capaz de apreciar el aroma de un fino tabaco, el café negro y las tertulias con amigos y colegas. Disfrutaba de su familia en su casa de campo en La Vega. Si había un partido de fútbol de Millonarios, pues tanto mejor.
Hoy sus colegas, sus amigos y especialmente sus estudiantes lo recordamos con cariño y con respeto, con la sensación de vacío por la pérdida del hombre cabal y del intelectual. Queda esa congoja que sentimos todos cuando se va un ser humano integral. Tras su muerte, su gran lección vital será antídoto contra el olvido.

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EL ESPECTADOR, BOGOTÁ, DICIEMBRE 19 DE 2011
En memoria de Álvaro Camacho
Por: Rodrigo Uprimny
De Álvaro Camacho Guizado me separaba su incomprensible pasión por Millonarios, pero me acercaba la admiración que le tuve, desde que era muy joven, por la manera como este gran académico, muerto sorpresiva y prematuramente la semana pasada, podía analizar, con rigor y pasión, temas esenciales para Colombia, como el narcotráfico, la violencia, la seguridad ciudadana y la recuperación de la memoria histórica.
El día de su despedida, en la funeraria, estaban algunos de los mejores académicos del país en estas áreas, que venían a decirle adiós a quien fue un maestro en la comprensión crítica de estos fenómenos. Y es que Camacho realmente marcó a la academia colombiana, pues mostró que es posible acercarse, con ingenio y exquisita ironía, pero con pasión democrática y rigor académico, a temas que hasta sus primeros escritos parecían escapar al estudio serio, como el narcotráfico.
Por ejemplo, Camacho realizó una de las interpretaciones más lúcidas sobre los distintos comportamientos de los llamados carteles de Medellín y Cali en los años ochenta, cuando acuñó la irónica tesis de que estas organizaciones criminales respondían a la “ley de los dos metales”. Mientras que el cartel de Medellín recurría a la “ley del plomo” y privilegiaba la amenaza y la violencia, el cartel de Cali invocaba la “ley de la plata”, pues prefería la corrupción y la compra de políticos. Pero Camacho no sólo describía esos diversos comportamientos de los narcos, sino que ofrecía razones sociológicas sutiles que explicaban esa diferencia regional del impacto del narcotráfico.
Camacho también fue uno de los primeros intelectuales en Colombia en combatir la prohibición de las drogas, al mostrar la irracionalidad y los terribles efectos de esa política.
Alguna vez, en una charla casual, le oí desarrollar la tesis de que lo único más adictivo que ciertas drogas eran la guerra y la prohibición de las drogas. Esa metáfora, que desde entonces he usado incesantemente, obviamente reconociéndola como producto del ingenio de Camacho, muestra que hay una gran similitud entre la adicción a las drogas y la adicción a la prohibición. Un adicto siente la compulsión de consumir cada vez más ciertas sustancias, que cada vez le producen menos efectos placenteros y más daño. El prohibicionismo recurre a represiones cada vez más intensas, pero con muy pocos efectos sobre la oferta de drogas. Pero en cambio esa represión provoca cada vez más daño, por el incremento de la violencia y la corrupción, asociados con las mafias del narcotráfico.
Pero Camacho no fue sólo un gran investigador, sino que contribuyó igualmente al desarrollo de ciertas instituciones, como el Iepri, en la Universidad Nacional. A pesar de ser a veces gruñón, Álvaro Camacho en el fondo y en la intimidad era una persona cálida, capaz de trabajar en equipo, con gran generosidad y en forma productiva. Eso lo pude constatar al compartir estos últimos años muchos esfuerzos por recuperar las voces de las víctimas a través de los trabajos del Grupo de Memoria Histórica, en el que Camacho cumplió un papel central.
La asunción del desafío de recuperar y divulgar esas memorias de las víctimas forma parte de otra faceta igualmente importante de Camacho y fue su rol como intelectual público. Camacho no se enclaustró en la academia, sino que, por distintos medios como sus columnas de opinión, tuvo un papel central en ciertos debates nacionales, como los relativos a las estrategias de seguridad ciudadana o la reforma de la Policía.
Su muerte nos deja un vacío enorme no sólo a su familia, sino a todos los colombianos. El mejor homenaje a Álvaro será releer sus textos y asumir los desafíos éticos y teóricos que nos plantean. Y obviamente seguir sus luchas, por ejemplo contra la irracionalidad de la prohibición a las drogas.
* Director del Centro de Estudio “DeJusticia” (www.dejusticia.org) y profesor de la Universidad Nacional.





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